De cerámica parece
el cuerpo que crece
en la aduana del amor.
Frágil e indefenso
que consta en el censo
de una lista del amor.
Constante y decidido
con pesimismo tullido
al encuentro del amor.
Sin respuesta sabida
y al vaivén de la vida
dependiendo del amor.
Un presente que acomete
con la furia de un cohete
la vanidad del no hacer nada,
se lleva por delante
al dudoso y titubeante
reflejo de darte mi espalda.
Mas vale estar solo
por hacer que por estorbo.
Mas vale acompañado
que estar a una cruz clavado.
Mas vale un melón
que una mandarina.
Tú eres el boquerón
y yo soy la sardina.
Lo malo abunda
y lo bueno no,
escrito en la tumba
de nuestra canción.
Zumo de mandarina
tiñendo la cruz
que se levanta en la cima
naciente de un triste corazón.
Y en alta mar, ajenos a todos,
unos besos se ahogan de sopetón.
En las aletas de un boquerón
empieza la sardina su retorno.
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