La encontré sangrando entre la basura,
a la vuelta de la esquina de un bar.
Tenía mal puesto el vestido, y una rotura
justo por debajo de la zona lumbar.
Vi uñas postizas rotas.
Y una peluca destrozada.
Vi torcida una boca,
que en silencio gritaba.
Sus ojos sobrepintados,
contaron lo sucedido.
Intercambio de orgasmos
y polvorientos delirios.
Y la noche enseñó la navaja.
Y la navaja enseñó verdades.
En los suburbios de una paja
hacen juegos de malabares.
Y a veces se pierde el equilibrio.
Y cuesta mucho volver a empezar.
Cuando los tacones caen en el olvido,
una voz de cazalla reclama una verdad.
Y no es otra que la bajeza de los callejones.
Los ojos abiertos que nunca ven nada.
Las adicciones de una vida maniatada.
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