Un manojo de pisadas,
en el parterre de mi alma,
me hacen pensar, que la soledad
no va conmigo.
Cada una su camino,
pero todas ellas en el mío.
Y que da igual, donde van a parar
de madrugada.
Pues las noches sin cama, son nuestra libertad.
La luna recela, llorando secuelas detrás de las nubes,
por tener de compañera
a la inmensa oscuridad,
que le acuna en sus anhelos
de palpar muchedumbre.
Yo a veces la visito, pero corro el peligro
de enloquecer.
Pero es tan bonita, que de vez en cuando
la quiero tocar.
Y le digo que no entristezca, que no está tan sola como cree.
Su reflejo es el faro, que guía las dudas de cualquier lagrimal.
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